lunes, 16 de noviembre de 2009

Teorías del origen del hombre. Evolución y Cristianismo


Desde las teorías evolucionistas que surgen en el siglo XIX, uno de los problemas planteados es la existencia de un plan que dirija toda la evolución hacia un fin. Quizás la cuestión surge desde el darwinismo cuando explica que la evolución se origina mediante la combinación de mutaciones al azar y selección natural, al azar en el sentido de casualidad y no finalidad o plan. Por lo que cabe escudriñar, de ser posible, la relación entre la finalidad de la evolución y la existencia de un Dios creador personalista que utiliza la evolución como camino para traer  a la existencia a los diferentes seres.

La línea científica que defiende la cuestión azarosa en la evolución nos dice:

  • ü  Darwin, Charles Robert en su obra Sobre el origen de las especies propuso, que las especies no son inmutables, pues evolucionan con el tiempo y descienden unas de otras y, por tanto, la principal causa de la evolución es la llamada selección natural, es decir, la supervivencia de los mejores adaptados.[1]
  • ü  Jacques Monod Premio nobel por sus estudios en bioquímica (1970), defiende que: la evolución es el resultado de la combinación de dos factores dispares: de los cambios en el material genético que sucede al azar y la selección natural, que es el filtro que solo deja pasar a los organismos mejor adaptados: sólo estos pueden crear  complejidad, organización y adaptación a las diferentes circunstancias.
  • ü  Christian de Duve recibió premio nobel (1974) por sus descubrimientos sobre la organización interior de las células. Siguiendo la postura darwinista, Duve dice que el azar opera dentro de un conjunto de condiciones que le pone límites, y añade, el éxito del juego evolutivo, hasta qué punto se halla escrito en la fabrica del Universo; porque si Einstein dijo «Dios no juega a los dados» abría que responderle: «sí juega, porque sabe que va a ganar». Este comentario, se abre la posición de Duve, quien desde el punto de vista científico, defiende que la evolución es compatible al plan divino.
  • ü  Cralo Rubbia, Premio Nobel de Física (1984), también está encentra respecto al origen al azar. Rubbia declara que el origen no puede ser consecuencia de casualidad, pues difícil de creer que todos los fenómenos que suceden en la naturaleza tengan engranajes tan perfectos, por tanto, es evidente que hay algo o alguien haciendo las cosas tan como son.

Desde estas pautas más casualistas, Mariano Artiagas afirma que «los efectos de esa presencia (causa), pero no la presencia misma […] es el punto en el que la ciencia se acerca, a lo que yo llamo religión, sin que me este refiriendo a una religión en particular».[2] Desde esta perspectiva, la cosmovisión científica actual, nos ofrece una nueva comprensión de los caminos seguidos de la evolución, ya que completa la explicación clásica de la  evolución con la teoría de la autoorganización.

La teoría de la autoorganización deja al descubierto que Dios puede ser la causa de la organización, es decir para producir el proceso  de la evolución. Con esta teoría también ayudó a distinguir que: todo  tiene una causa, pero que muchas veces, cuando se juntan, las causas  son independientes, a esto se le llama el azar: a la concurrencia de líneas independientes. A manera de conclusión, no se puede determinar que el sentido azaroso con el que surgió el evolucionismo, no deje un espacio al plan divino.

Es así como surgió la historia del evolucionismo y el cristianismo. En el siglo XIX, tras haberse publicado la obra Darwiniana Sobre el origen de las especies en 1859, y a pesar de haber varios autores cristianos, como George Mivart que rotundamente no estaban en desacuerdo en sus especificaciones sobre la selección natural, los miembros del Vaticano nunca condenaron de manera escrita el evolucionismo. Por el contrario, Un dominico Dalmace Lerroy y un sacerdote americano. John Zahm, publicaron libros que intentaban compatibilizar el cristianismo y el evolucionismo.

Con el paso del tiempo, en 1948 la Pontificia Comisión Bíblica y aprobada por el papa PíoXII, enviaron una carta a los obispos de París, advirtiendo tener cuidado en la interpretación literal del libro del Génesis, pues este escrito usaba un lenguaje simple y figurado, sobre todo por la teoría monogenista (Origen de la vida por los primeros padres: Adán y Eva) que posteriormente fue especificada como ADN Mitocondrial (Teoría Norteamericana en1987, que sostiene que una sola mujer había originado la espacie humana. Esta era en África hace unos 200.00 años, públicamente conocida como la Eva negra).[3] Será en 1950 cuando  publica en la encíclica Humani generis en el que clarifica la postura del magisterio como compatibilidad entre evolucionismo y el cristianismo, y a la vez, la prudencia que exige este tema.

Más reciente mente, Benedicto XVI en 1981 (el entonces arzobispo de Munich, cardenal Ratzinger), en su escrito Creación y pecado,[4] referente al tema a los primeros capítulos del Génesis, puntualiza que actualmente debe ser claro que la pregunta no es creación o evolución, sino creación y evolución, pues son cosas distintas; una trata sobre la historia del barro y otra sobre el aliento de Dios. Por tanto, son argumentos que se complementan y no se excluyen completamente.[5]



[1]  Ricardo Joancomartí «Darwin, Charles Robert», en Carlos Gispert, Diccionario de biografías, OCEANO, Barcelona 2000, p.257.

[2] Mariano Artiagas-Daniel Turbón, Origen del hombre: ciencia, Filosofía y Religión, EUNSA, Navarra 2007, p.92

[3] Mariano Artiagas-Daniel Turbón, Origen del hombre: ciencia, Filosofía y Religión, EUNSA, Navarra 2007, pp.64-66.

[4] Cfr. J. Ratzinger, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 2005, p. 75.

[5] Cfr. Mariano Artiagas-Daniel Turbón, Origen del hombre: ciencia, Filosofía y Religión, EUNSA, Navarra 2007.

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